Orígenes
Aunque la
mayoría de los críticos coinciden en que el “Boom” comenzó en algún momento de
1960, hay cierto desacuerdo en cuanto a la obra que debe ser considerada como
la primera novela del “Boom”. Para algunos (como Alfred McAdam) sería Rayuela, de Julio Cortázar(1963), mientras que otros prefieren La ciudad y los perros de Vargas Llosa, que ganó el Premio Biblioteca Breve en
1962. Fernando Alegría considera
a Hijo de hombre de Augusto Roa Bastos (que
fue publicada en 1959) como la obra inaugural del Boom, aunque, como señala
Shaw, podríamos remontarnos a 1949 con Hombres de maíz de Miguel Ángel Asturias.
Otra variante es
la articulada por Randolph D. Pope: «La historia del auge podría empezar
cronológicamente con El señor Presidente de
Miguel Ángel Asturias (publicada en 1946, pero empezada en 1922). Otro punto de
partida podría ser El túnel de Ernesto Sabato (1948) o El pozo de Juan Carlos Onetti (1939).
O yendo aún más atrás, a los movimientos vanguardistas de la década de 1920.
Sin embargo, los escritores del “Boom” se declararon huérfanos y sin ningún
modelo autóctono, atrapados entre su admiración por Proust, Joyce, Mann, Sartre y otros escritores europeos y su necesidad de
tener una voz propia hispanoamericana, aunque rechazando a los más respetados
escritores de Hispanoamérica indigenistas, criollistas, y mundonovistas». Un antecedente claro en
este sentido fue Las lanzas coloradas,
de Arturo Uslar Pietri,
considerada la primera novela vanguardista latinoamericana.
Los representantes
más importantes del “Boom” afirmaron que eran «huérfanos» de generación
literaria, sin ningún «padre» latinoamericano de influencia; sin embargo,
reconocieron que debían gran parte de su innovación estilística a los vanguardistas. Jean Franco señala como una característica
marcada del “Boom” «la negativa a identificarse con narraciones rurales o
anacrónicas, como la novela de la tierra».
Señas de identidad
Las novelas del
“Boom” son esencialmente vanguardistas. Tratan al tiempo de una manera no
lineal, suelen utilizar varias perspectivas o voces narrativas y cuentan con un
gran número de neologismos (acuñaciones de nuevas palabras o frases), juegos de
palabras e incluso blasfemias. Como escribió el escritor Pope, el estilo del
“Boom” «se basaba en una superposición cubista de diferentes puntos de vista,
cuestionaba el tiempo y el progreso lineales y era técnicamente complejo.
Lingüísticamente segura de sí misma, utiliza la lengua vernácula, sin
excusas». Otras características notables del “Boom” son el tratamiento de
los escenarios rurales y urbanos, el internacionalismo, el énfasis tanto en la
historia y la política, así como el cuestionamiento de la identidad regional y
nacional. La literatura del “Boom” rompe las barreras entre lo fantástico
y lo cotidiano, convirtiendo esta mezcla en una nueva realidad. De los
escritores del “Boom”, Gabriel García Márquez está
más estrechamente relacionado con el uso del realismo mágico; de hecho, se le atribuye el haberlo puesto
«de moda» tras la publicación de Cien años de soledad en
1967.
Realismo
Mágico
En los extremos de la
literatura, Brett Levinson afirma que el realismo mágico, «un modo estético
clave dentro de la ficción reciente de América Latina… se materializa cuando la
historia de América Latina se revela como incapaz de explicar su propio origen,
una incapacidad que tradicionalmente representa… una demanda de un mito: los
mitos como un medio para explicar los principios que escapan a la narración de
la historia». Los escritos de los Cronistas de Indias, representa lo
exótico «nuevo mundo» y sus relatos de la conquista de nuevas tierras extrañas
se aceptó como la historia.Estas historias fantásticas a menudo ayudaron a
conseguir una nueva estética, que se transformó en el realismo mágico y «(tal como la concibió Alejo Carpentier), el realismo maravilloso y lo real maravilloso. De acuerdo con esta estética, las
cosas irreales son tratadas como realistas y las cosas mundanas como elementos
irreales., mientras que a menudo se basan en experiencias reales, extrañas,
fantástica y legendaria, los pueblos ajustes míticos, especulativo, y los
personajes que, aunque plausible, también podría ser irreal, y combinar la
verdad, lo imaginario y lo inexistente, de manera tal que son difíciles de
separar».
La
ficción histórica
En interés por la
historia es otra característica de las novelas del período de auge. El paradigma de ello es la Novela del dictador, donde
las figuras y acontecimientos históricos fueron retratados de manera que las
conexiones entre ellas y los acontecimientos contemporáneos en América Latina
no podían ponerse en duda. Un ejemplo es el de Roa Bastos Yo el Supremo, que representa en el siglo XIX la dictadura
paraguaya de José Gaspar Rodríguez de
Francia, pero fue publicado en el apogeo del régimen de Alfredo Stroessner,
escribe que «en los novelistas del Boom se mostraba una comprensión sofisticada
de la capacidad de su género para describir las historias paralelas y
alternativas. Y participaron activamente en los debates culturales y políticos
de la región que cuestionaron el significado y el valor de la historia».
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